C.A.S.B.

Según Rimbaud, a los diecisiete no se tiene la capacidad de ser formal. Desde mi punto de vista, la sola idea de perder esa inocencia debería provocarnos asco. En formalidades y lisonjas vamos perdiendo la inocente franqueza de la infancia. Como tener un deseo de muerte mal canalizado. Bien dijo Bataille que en el deseo erótico hay una pulsión de muerte motivada por el deseo de sentirse vivo. Con esa adrenalina supuesta viene la pretensión de estas líneas. Sobre aclarar que las referencias sólo están hechas para culpar a otros de mis turbios pensamientos. ¿A qué viene todo el asunto de las formalidades? Simplemente a responder la cuestión de los motivos para esta primer misiva. Una especie de carta de presentación donde cualquier persona normal describiría lo mejor de su persona para generar interés en su interlocutor. No es el caso. Siempre he preferido hablar de lo ingrato que he sido con la vida y mis congéneres, pues es en defectos que uno vive su realidad auténtica.

Para empezar, tengo dos terribles defectos, uno congénito y otro ontológicamente intrínseco a mi condición cultural y social: soy alcohólico y misógino. ¡Valiente desperdicio de homínido! De ahí devienen todas mis desgracias, pues por el primer defecto me es natural la autodestrucción y el sufrimiento, y por el segundo, he arrastrado a mi fondo de sufrimiento a quienes han tenido la mala fortuna de compartir su tiempo conmigo. La última mujer que pretendió amarme terminó arrojándome en cara mi enfermedad. Yo quise achacar todo a su mal humor. Así de simple. No me gusta complicar las cosas para mí, pero las situaciones en las cuales vivo, siempre son marañas gigantescas de malos entendidos generados por mi impaciencia y visceralidad. Mi memoria está llena de recuerdos más parecidos a pesadillas que a sueños, y es en esos recuerdos que encuentro argumentos sólidos para comprobar y decir que estoy enfermo. ¿Podré compartir algún día esos recuerdos? Espero hacerlo pronto sin mucha vergüenza.

Erik S.G.P.
-10-XI-'09-