Esta historia inició como todas las buenas historias tristes de amor sin comedia ,
con el sentimiento firme, robusto, de una ilusión tremebunda y pirotécnica
la cual clamaba por el ardor de una correspondencia sentimental fantástica
que no tuvo eco ni huella en uno de los dos corazones que en estos casos
siempre hay implicados, como corresponde a la naturaleza de estas tragedias.
En detalles inmundos podría perder hilo el paciente lector que a estas líneas recurre
para comprobar en la narrativa, las decepciones que él mismo algún día sufriera.
Si no es este el caso de igual modo vale más decir que este romance terminó
sin haber comenzado siquiera, en el ígneo pecho de un joven malhumorado
cuyos días en lugar de haber sido agraciados por el más noble sentimiento,
le llenaron de rabia y dolor desde el mismo momento en que sus ojos lastimosos
se posaran sobre aquella tierna dama de rizados y largos cabellos de naranjo.
¡Cuánta miseria puede soportar un alma en pena por aferrarse a una idea!
Al caer los negros cielos sobre la tarde aquella temporada invernal incierta,
pasó frente a su vista la susodicha, del brazo de un hombre enjuto y siniestro
-así tuvieron que verlo los ojos del fracasado enamorado-, dando saltos de alegría,
como si la primavera y no el frío invadiera la atmósfera sempiterna de ese día.
De inmediato el muchacho sintió odio genuino, y por vez primera en su vida pensó
esa-mujer-va-a-ser-mía-y-no-de-aquél-tipo-tan-serio-y-siniestro-. ¡Qué maldita ironía!
Al acecho se puso y dispuso las vías, para dar muerte al rival inconsciente
que de aquél fino brazo colgaba sus huesos y dientes y días tan llenos de risas.
Paso a paso y poco a poco fue dando forma a sus planes y fantasías de ira,
hasta que un día llevó a cabo el ritual de venganza que su alma imploraba.
Les siguió sigiloso a través de una senda que a diario marcaban con paso amoroso,
entre troncos y ramas de un bosque frío y solitario que a ellos tan bello lucía.
Les tomó por sorpresa y sin miedo asaltó a la pareja con destreza y brutal fuerza,
dando muerte al anciano y robando a la joven curiosa de hermosa y rizada osamenta.
La muchacha lloró, pataleó, forcejeó, sintió la derrota e imploró clemencia.
De nada sirvió la humildad de la niña pues el odio ya había cegado al muchacho.
La poseyó una y mil veces en una cueva fría y alejada de ojos de bestias y hombres,
durante meses llevó al escondite maldito pan y agua para mantenerla viva y atada;
eternidades prolongó el sufrimiento del alma de quien nunca jamás fuera su amada.
Un día murió de tristeza la pobre muchacha y el joven enloqueció al darse cuenta
del daño que había provocado a la que un día quiso más que a sí mismo, más que a la vida.
Como esta tragedia hay millares, en oscuros rincones, en toda clase de lares...
Erik S.G.P.
-18-VII-'10-
con el sentimiento firme, robusto, de una ilusión tremebunda y pirotécnica
la cual clamaba por el ardor de una correspondencia sentimental fantástica
que no tuvo eco ni huella en uno de los dos corazones que en estos casos
siempre hay implicados, como corresponde a la naturaleza de estas tragedias.
En detalles inmundos podría perder hilo el paciente lector que a estas líneas recurre
para comprobar en la narrativa, las decepciones que él mismo algún día sufriera.
Si no es este el caso de igual modo vale más decir que este romance terminó
sin haber comenzado siquiera, en el ígneo pecho de un joven malhumorado
cuyos días en lugar de haber sido agraciados por el más noble sentimiento,
le llenaron de rabia y dolor desde el mismo momento en que sus ojos lastimosos
se posaran sobre aquella tierna dama de rizados y largos cabellos de naranjo.
¡Cuánta miseria puede soportar un alma en pena por aferrarse a una idea!
Al caer los negros cielos sobre la tarde aquella temporada invernal incierta,
pasó frente a su vista la susodicha, del brazo de un hombre enjuto y siniestro
-así tuvieron que verlo los ojos del fracasado enamorado-, dando saltos de alegría,
como si la primavera y no el frío invadiera la atmósfera sempiterna de ese día.
De inmediato el muchacho sintió odio genuino, y por vez primera en su vida pensó
esa-mujer-va-a-ser-mía-y-no-de-aquél-tipo-tan-serio-y-siniestro-. ¡Qué maldita ironía!
Al acecho se puso y dispuso las vías, para dar muerte al rival inconsciente
que de aquél fino brazo colgaba sus huesos y dientes y días tan llenos de risas.
Paso a paso y poco a poco fue dando forma a sus planes y fantasías de ira,
hasta que un día llevó a cabo el ritual de venganza que su alma imploraba.
Les siguió sigiloso a través de una senda que a diario marcaban con paso amoroso,
entre troncos y ramas de un bosque frío y solitario que a ellos tan bello lucía.
Les tomó por sorpresa y sin miedo asaltó a la pareja con destreza y brutal fuerza,
dando muerte al anciano y robando a la joven curiosa de hermosa y rizada osamenta.
La muchacha lloró, pataleó, forcejeó, sintió la derrota e imploró clemencia.
De nada sirvió la humildad de la niña pues el odio ya había cegado al muchacho.
La poseyó una y mil veces en una cueva fría y alejada de ojos de bestias y hombres,
durante meses llevó al escondite maldito pan y agua para mantenerla viva y atada;
eternidades prolongó el sufrimiento del alma de quien nunca jamás fuera su amada.
Un día murió de tristeza la pobre muchacha y el joven enloqueció al darse cuenta
del daño que había provocado a la que un día quiso más que a sí mismo, más que a la vida.
Como esta tragedia hay millares, en oscuros rincones, en toda clase de lares...
Erik S.G.P.
-18-VII-'10-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario