El concepto de democracia, a mi parecer, está sobrevaluado. Se supone que la democracia es el gobierno del pueblo, y que el pueblo está formado por ciudadanos. Entonces hay que cuestionarse el significado de esos conceptos. Empecemos por el de ciudadanía, donde cabe cualquier persona que haya nacido en el territorio hace más de dieciocho primaveras, por lo menos. Pero para ser ciudadano legítimo hay que contar con un documento que nos acredite como tal: la credencial de elector. Lo curioso es que uno no puede obtener la susodicha sin presentar un comprobante de domicilio. Vulgo, los desamparados y la gente sin hogar no cuentan como ciudadanos. Nuestra ciudadanía está directamente ligada al concepto de propiedad privada. Entonces, por principio, nuestra democracia es la democracia de los propietarios. ¿Será que en este punto nos atrevamos a hablar del concepto de representatividad democrática? Tal vez parezca aventurado e inconexo con los conceptos que hemos venido catalogando, pero, ¿cómo pensar en que es el pueblo, la ciudadanía la que gobierna cuando los dichoso representantes no velan por los intereses de quienes los eligieron? Preguntas peligrosas. Los que contamos con nuestra legítima ciudadanía propietaria, asistimos a las urnas y votamos por quien nos venga en gana, esperando que sus intereses representen los nuestros, en el mejor de los casos, porque en la realidad, a mi gusto, ajustamos nuestros intereses a las propuestas de los candidatos y en función de eso decidimos en las papeletas quién es el que menos ajustes nos impondrá en el futuro. Y osamos llamarle democracia. Si vivimos en el verdadero y único momento de justicia democrática en nuestro país a lo largo de la historia, no quiero imaginar qué tal sería vivir bajo un régimen de dictadura militar.
jueves, agosto 31, 2006
¿Democracia, hoy?
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