¿Cómo podría uno empezar a narrar la vida de una persona como Xavier Velasco? Forzozamente habría que hacer un ejercicio contemplativo muy minucioso y cercano a la vida cotidiana del autor. Eso hicimos. Necesitábamos la entrevista, así que después de conseguirla, y habiendo escuchado la interminable lista de leyendas sobre nuestro entrevistado, llegamos a su casa en San Ángel, un tanto nerviosos, sin saber qué nos deparaba el futuro.
No quiero pecar de indiscreto, pero es necesario dar cuenta precisa de los acontecimientos para acercarse a nuestra víctima de cuestionario. Lo encontramos dormido. Había olvidado por completo la cita. Está grabado: “[...] quedamos de hacer esta entrevista y se me olvidó por completo. Estaba perdido, hasta que me la recordaron por teléfono, me dormí ayer muy tarde, estaba cuajado.” Nos recibe desvelado, con una gran sonrisa, en la sala de su casa, en compañía de dos gigantes de los Pirineos, Boris y Don Vittorio. Le pide a Lalita que nos traiga refrescos y un yoghurt para él. Después nos confiesa desde su alegre pecho por qué es como es.
Dado que su literatura se defiende sola, y él está dispuesto a quemar la indefendible, no pondré aquí la transcripción completa del encuentro, que duró exactamente, en grabación digital de reproductor de MP3, cincuenta y tres minutos con cuatro segundos. Traducido en cuartillas, da un magnífico resultado de unas quince páginas, por lo que me reservaré el derecho de compartir con el mundo una tasajeada bastante corta de la magnífica aventura que ha sido escuchar al autor del premiadísimo Diablo Guardián. Además, entre la borrada de groserías, insultos, carcajadas y descripciones de gestos pueden perderse muchos detalles, que a pesar de mi inicial intención por conservarlos íntegros para darle a este texto un carácter de franco y sin tapujos, prefiero guardar tales datos en mi archivo personal para regodeárme de conocer un poquito mejor al autor que todos ustedes. Como Velasco dice, “[...] tú no puedes escribir con adrenalina de cómo has pasado la mañana mirando los pajaritos. No. Necesitas de alimento, necesitas alimentar esa hambre de caos que uno tiene adentro.” Lo que puedo asegurarles es que sin duda esta lectura será tan caótica y divertida como la vida de Xavier Velasco.
Para empezar, cuando se me ocurrió preguntarle sobre el viaje evolutivo de su escritura desde las primeras frase que escribió en la infancia hasta sus días de narrador, me contestó muerto de risa “¡Quieres que te escriba un libro aquí!” A su favor, puedo decir que no evadió la pregunta, y extendió bastante su respuesta. “Pues mira, cuando empiezas, empiezas con muchos tropiezos; empiezas sin saber nada, empiezas un poco jugando a ser grande siendo niño, y jugando a ser grande porque los niños no se ponen a escribir historias, solamente un niño que es un lisiado social se pone a escribir historias, como era mi caso, no tenía amigos, y bueno, lo que descubres desde que empiezas a escribir es que bueno, tu ves los cuentos de los Hermanos Grim y está muy bien contada la historia, y lo que tú haces es una mierda, y dices bueno ¿y por qué, por qué no me queda? ¿Por qué a estos Hermanos Grim sí les queda y a mí no? ¡Son dos! ¿Será porque son dos, porque son hermanos? ¿Qué tienen que yo no tengo? Me acuerdo de eso, de los Hermanos Grim.” Después nos contó que hasta cumplir 16 años pensó tener mejores habilidades para escribir, y que el periodismo era para él una forma de experimentar. “[...] no tomé el periodismo en serio hasta que me empezaron a pagar en serio. Suena muy mal, es cierto.” Sin embargo, para él es necesario, pues es su manera de estar en contacto con la realidad. Confiesa: “[...] no paso mi semana bien si no tengo mi artículo del periódico a la semana. Yo lo tengo que hacer los domingos. Los domingos no son días de guardar para mí. Yo no voy a misa, yo no voy a ningún lado en domingo. Yo me siento a escribir aquí en mi balcón mi artículo hasta que lo acabo, y es como decir, como diría Jaime López, darle cuerda al corazón. Es eso, te das cuerda y dices ok, otra semana, domingo, y mañana, lunes, ahí estoy. No puede salir el periódico y que no esté yo. No. Me muero, me da el infarto. Me pongo muy mal. Cuando no ha llegado a salir un artículo mío ando tres días así, sintiéndome mal, vergüenza conmigo mismo, sientes que faltaste a un compromiso que era muy importante, como si hubieras dejado plantada a tu mamá en su cumpleaños, un poquito así te sientes, ¿no? [...] Entonces el periodismo se volvió eso, se volvió como algo, como mi parte de disciplina, una zona disciplinada de la vida, una disciplina que disfrutas porque te permite saber que esás vivo, te permite saber que tienes una regularidad, que no eres el vago que siempre has sospechado que eres. El periodismo para mí es eso. Básicamente es esa forma de bajar un pie de la fantasía, de la ficción, a la realidad. Decir, bueno, aquí está la realidad, donde tengo que entregar un artículo porque me pagan, porque lo publico, porque hay lectores que lo esperan.”
Hasta la cita anterior, uno supondría que el hombre vive en un mundo sin pies ni cabeza, pero no es así. No es que sea un distraído incorregible, un niño de cuarenta y tantos años, sino que tiene ocupaciones más importantes de lo que cualquiera podría imaginarse. En sus palabras “[...] vivo muy desconectado del mundo, muy, muy desconectado del mundo porque así he querido. Siempre quise vivir desconectado del mundo, desde niño. Decían, señora su hijo es muy distraído, toda la vida. Yo no era distraído, yo estaba concentrado pero en otras cosas, y hasta la fecha. Siempre estoy concentrado, pero en otras cosas. Y en fin, a mí lo único que me ha interesado toda la vida es hacer ficción, es hacer novela.” Ya nos explicó antes, que para poder narrar, hay que sobrevivir. “[...] siempre dije lo único que no puede hacer el narrador es morirse, es no sobrevivir, porque tradicionalmente, pues lee Hamlet, el que sobrevive es el narrador, porque hay que contarlo. Alguien tiene que contarlo. Entonces pues yo he asumido ese papel, yo soy el que tiene que contarlo, así que tengo que sobrevivir, pero siempre en la orilla. Hay que irse hasta la orilla. Que el verbo sobrevivir sea realmente el verbo sobrevivir, que realmente te haya costado trabajo, que hayas sobrevivido por un pelo. No me explico muy bien por qué todavía estoy vivo con la cantidad de imbeciladas que he hecho en mi vida, realmente no me lo explico. ¡No me lo explico! Yo creo que por esa cosa de que tenía que sobrevivir. Esta idea de matarme siempre me atrajo mucho, mucho, mucho. Vendí la moto el día que le metí doscientos cincuenta kilómetros por hora en la México-Querétaro. Hice de Polanco al Country-Club de Querétaro una hora ocho minutos. Regresé a México y vendí la moto, porque dices ¡no, me voy a matar! ¡Me voy a matar! Ya sé lo que es andar a doscientos cincuenta kilómetros por hora. Ok, experiencia, palomita, ¡siguiente! Sí, porque si sigues jugando con las probabilidades te mueres.” Nuestro querido narrador suena bastante intenso. Nos atrevimos a cuestionarlo en este sentido, pues en rededor de su fama giran satélites en forma de historias de borrachos donde el protagonista de los problemas siempre es él. “Yo de niño maldecía mi vida porque decía ¿por qué siempre estoy en problemas? Toda la vida he estado en problemas, toda la vida. Recuerdo muy pocos momentos en mi vida en los que dijera no tengo problemas. De pronto en las vacaciones había ratos en los que decía no tengo problemas. Ya al rato había roto algo y ya estaba escondiéndome, ya había hecho algo. Pero llegó un momento en que me dí cuenta que yo buscaba esos problemas, que buscaba esa forma de vida intensa y después conforme la gente se fue haciendo al mundo adulto y a mentir, a mentir en mala onda, no mentir para ser libre, no mentir defensivamente sino ofensivamente. Mentir sin necesidad, a olvidar que fuiste niño. A olvidar que eras niño y aquello era así y que te enamorabas, y que te gustaba esta niña acá, y te trataban mal acá y que no te entendían acá. La gente muy rápido olvida eso y empieza a decir es cosa de niños, ¡sí, sí, los niños! Cuando eras niño ¿acaso no sentías, no vivías, no existías, no eras persona? ¿Eres persona cuando cumples dieciocho años o lo puedes ser desde antes? Lo eres a los trece, lo eres a los cuatro, lo eres a los tres lo eres a los siete. Ahora eso ya se entiende, pero antes no se entendía, antes eras un escuincle gaguengue y te callabas la boca. Antes los maestros tenían derecho de pegarte, ¡por supuesto! Ahora eso ya no existe, pero aún así, la infancia yo creo es tan terrible que la gente crece y tiende a querer olvidarla, a querer dejarla atrás. Desde que eres adolescente dices ¡no! ¡yo ya no soy como cuando era niño! Yo ya no me creo ésto, ya no creo aquello... ¡Pero si lo bonito es creerse las cosas, no no creerse nada! El que es totalmente escéptico, ¡qué sujeto tan aburrido! ¡Qué sujeto tan desencantado! Yo prefiero estar con gente que se cree las cosas. Yo sí me la quiero creer, ¡por favor!”
Siendo esta la naturaleza de su espíritu, no puede evitar contarnos que sus amistades van huyendo de él al paso de los años, pues mientras jóvenes, disfrutan muchísimo su compañía, pero al venir tiempos donde convencionalmente está uno obligado a portarse con mayor compostura, deciden tomar caminos menos riesgosos. “La gente cumple treinta años y haz de cuenta que dicen ¡nos convertimos todos en idiotas! Y de ahí para adelante, ¿no? Yo no creo que eso sea necesario, yo no creo que sea necesario dejar de leer, dejar de pensar, dejar de darle vueltas.” Está firmemente convencido de conservar la lucidez de seguir disfrutando de esta vida a costa de todo. Si sus amigos le dejan, él no se inmuta, pues sabe que así pasa, pero no puede lamentarse, pues necesita sentir la adrenalina para saberse vivo. “No me gusta olvidar que estoy vivo, no me gusta. Sigo siendo terriblemente irresponsable, me junto con amigos más jóvenes que yo, que llega un momento en que maduran y ya me dejan a un lado porque ya, soy muy escuincle para ellos. Siempre me pasa así, siempre me rebasan, no sé si esté bien o esté mal. Así soy. Y bueno, lo que me ha salvado de la vida es que me gusta escribir cosas, que me gusta esto y me gusta más que ninguna otra cosa. Más adrenalina que eso, nomás ésto, nomás escribir. Ninguna otra cosa tiene tanta adrenalina.”
Antes, cuando clasificó los excesos como tarea y obligación de ejercicio profesional, se dió a la tarea de vivir cuanta experiencia narrable atravesara su camino. Preguntándole sobre la relación entre una vida problemática, la adicción a la adrenalina, y el viaje de su novela “Este que ves”, nos da cuenta de lo siguiente: “Sí, por supuesto. Por supuesto. Es el viaje de 'Este que ves'. Los problemas. De hecho son dos libros. El poema de Sor Juana dice 'Este que ves, engaño corrido...'. La segunda parte es 'Engaño colorido'. La foto que tú ves en 'Este que ves' en sepia, que supuestamente es la mía y que es la de un niño con un afgano, es la portada del siguiente. Es el otro cuadro. Hay dos óleos que me hicieron, entonces quiero contar la historia del segundo, y la historia del segundo es espeluznante. Porque mira, la esencia sí fue espeluznante. O sea, sí es muy fuerte, muy duro, porque aparte hubo muchas cosas muy densas. Mi papá se peleó con los dueños del banco, fue a dar al bote durante un año y pico. Entonces es toda una historia y la quiero contar. Está como en dos partes, pero falta que me atreva a contarla. No está nada fácil. Aparte, familia... ¡es un rollo! Pero la tengo que contar. Pero creo que, por ahí de la adolescencia llegué a pensar, cuando pasó eso, llegué a pensar ¿bueno, por qué a mí me pasan tantas fregaderas? Pues porque soy la persona adecuada para que le pasen porque yo soy el que las cuenta. Mi trabajo va a ser contarlas, por eso me pasan a mí. No es casual. Me pasan porque tengo que contarlas. Eso me dió una gran coartada, ¿sabes? Porque a partir de ese momento, si los demás estaban embriagándose o drogándose, no, yo estaba aprendiendo. Sí, sí, sí. Para mí era un deber, o sea, los demás serían unos viciosos, yo no. Yo eran cosas que tenía que hacer, o sea, tenía que aprender. Yo no soy como Clinton que dice fíjate que yo cogí el cigarro pero no aspiré. ¡No hombre! Yo me lo acabé de una fumada, ¿para qué te voy a decir que no? Pues ésa era la chamba, había que ver cómo era el mundo.”
El resto de la entrevista me lo reservo. Conservaré en la biblioteca musical de mi computadora un archivo que ustedes lectores jamás han de escuchar. ¡Claro que me comporto egoísta! ¡Hay que hacer honor al mandato casi religioso de Xavier Velasco donde él dicta que para hablar sobre cualquier cosa, se necesita haber sobrevivido! Establecido lo anterior, si es de interés popular enterarse un poco más sobre la vida de nuestro problemático y controvertido amigo, los invito a que compren su literatura, la consuman como quieran, y cuando tengan dudas, vayan a su casa a tocar la puerta. Si los recibe, lo hará cálidamente, con un fuerte estrechón de manos, probablemente desvelado, en un jersey rojo con la imagen de Don Gato, y muchas cosas qué contarles. Recomendación: no vayan en domingo.
Erik S.G.P.
- Entrevista para la Revista E-fecto Espacio, Marzo de 2009.
No quiero pecar de indiscreto, pero es necesario dar cuenta precisa de los acontecimientos para acercarse a nuestra víctima de cuestionario. Lo encontramos dormido. Había olvidado por completo la cita. Está grabado: “[...] quedamos de hacer esta entrevista y se me olvidó por completo. Estaba perdido, hasta que me la recordaron por teléfono, me dormí ayer muy tarde, estaba cuajado.” Nos recibe desvelado, con una gran sonrisa, en la sala de su casa, en compañía de dos gigantes de los Pirineos, Boris y Don Vittorio. Le pide a Lalita que nos traiga refrescos y un yoghurt para él. Después nos confiesa desde su alegre pecho por qué es como es.
Dado que su literatura se defiende sola, y él está dispuesto a quemar la indefendible, no pondré aquí la transcripción completa del encuentro, que duró exactamente, en grabación digital de reproductor de MP3, cincuenta y tres minutos con cuatro segundos. Traducido en cuartillas, da un magnífico resultado de unas quince páginas, por lo que me reservaré el derecho de compartir con el mundo una tasajeada bastante corta de la magnífica aventura que ha sido escuchar al autor del premiadísimo Diablo Guardián. Además, entre la borrada de groserías, insultos, carcajadas y descripciones de gestos pueden perderse muchos detalles, que a pesar de mi inicial intención por conservarlos íntegros para darle a este texto un carácter de franco y sin tapujos, prefiero guardar tales datos en mi archivo personal para regodeárme de conocer un poquito mejor al autor que todos ustedes. Como Velasco dice, “[...] tú no puedes escribir con adrenalina de cómo has pasado la mañana mirando los pajaritos. No. Necesitas de alimento, necesitas alimentar esa hambre de caos que uno tiene adentro.” Lo que puedo asegurarles es que sin duda esta lectura será tan caótica y divertida como la vida de Xavier Velasco.
Para empezar, cuando se me ocurrió preguntarle sobre el viaje evolutivo de su escritura desde las primeras frase que escribió en la infancia hasta sus días de narrador, me contestó muerto de risa “¡Quieres que te escriba un libro aquí!” A su favor, puedo decir que no evadió la pregunta, y extendió bastante su respuesta. “Pues mira, cuando empiezas, empiezas con muchos tropiezos; empiezas sin saber nada, empiezas un poco jugando a ser grande siendo niño, y jugando a ser grande porque los niños no se ponen a escribir historias, solamente un niño que es un lisiado social se pone a escribir historias, como era mi caso, no tenía amigos, y bueno, lo que descubres desde que empiezas a escribir es que bueno, tu ves los cuentos de los Hermanos Grim y está muy bien contada la historia, y lo que tú haces es una mierda, y dices bueno ¿y por qué, por qué no me queda? ¿Por qué a estos Hermanos Grim sí les queda y a mí no? ¡Son dos! ¿Será porque son dos, porque son hermanos? ¿Qué tienen que yo no tengo? Me acuerdo de eso, de los Hermanos Grim.” Después nos contó que hasta cumplir 16 años pensó tener mejores habilidades para escribir, y que el periodismo era para él una forma de experimentar. “[...] no tomé el periodismo en serio hasta que me empezaron a pagar en serio. Suena muy mal, es cierto.” Sin embargo, para él es necesario, pues es su manera de estar en contacto con la realidad. Confiesa: “[...] no paso mi semana bien si no tengo mi artículo del periódico a la semana. Yo lo tengo que hacer los domingos. Los domingos no son días de guardar para mí. Yo no voy a misa, yo no voy a ningún lado en domingo. Yo me siento a escribir aquí en mi balcón mi artículo hasta que lo acabo, y es como decir, como diría Jaime López, darle cuerda al corazón. Es eso, te das cuerda y dices ok, otra semana, domingo, y mañana, lunes, ahí estoy. No puede salir el periódico y que no esté yo. No. Me muero, me da el infarto. Me pongo muy mal. Cuando no ha llegado a salir un artículo mío ando tres días así, sintiéndome mal, vergüenza conmigo mismo, sientes que faltaste a un compromiso que era muy importante, como si hubieras dejado plantada a tu mamá en su cumpleaños, un poquito así te sientes, ¿no? [...] Entonces el periodismo se volvió eso, se volvió como algo, como mi parte de disciplina, una zona disciplinada de la vida, una disciplina que disfrutas porque te permite saber que esás vivo, te permite saber que tienes una regularidad, que no eres el vago que siempre has sospechado que eres. El periodismo para mí es eso. Básicamente es esa forma de bajar un pie de la fantasía, de la ficción, a la realidad. Decir, bueno, aquí está la realidad, donde tengo que entregar un artículo porque me pagan, porque lo publico, porque hay lectores que lo esperan.”
Hasta la cita anterior, uno supondría que el hombre vive en un mundo sin pies ni cabeza, pero no es así. No es que sea un distraído incorregible, un niño de cuarenta y tantos años, sino que tiene ocupaciones más importantes de lo que cualquiera podría imaginarse. En sus palabras “[...] vivo muy desconectado del mundo, muy, muy desconectado del mundo porque así he querido. Siempre quise vivir desconectado del mundo, desde niño. Decían, señora su hijo es muy distraído, toda la vida. Yo no era distraído, yo estaba concentrado pero en otras cosas, y hasta la fecha. Siempre estoy concentrado, pero en otras cosas. Y en fin, a mí lo único que me ha interesado toda la vida es hacer ficción, es hacer novela.” Ya nos explicó antes, que para poder narrar, hay que sobrevivir. “[...] siempre dije lo único que no puede hacer el narrador es morirse, es no sobrevivir, porque tradicionalmente, pues lee Hamlet, el que sobrevive es el narrador, porque hay que contarlo. Alguien tiene que contarlo. Entonces pues yo he asumido ese papel, yo soy el que tiene que contarlo, así que tengo que sobrevivir, pero siempre en la orilla. Hay que irse hasta la orilla. Que el verbo sobrevivir sea realmente el verbo sobrevivir, que realmente te haya costado trabajo, que hayas sobrevivido por un pelo. No me explico muy bien por qué todavía estoy vivo con la cantidad de imbeciladas que he hecho en mi vida, realmente no me lo explico. ¡No me lo explico! Yo creo que por esa cosa de que tenía que sobrevivir. Esta idea de matarme siempre me atrajo mucho, mucho, mucho. Vendí la moto el día que le metí doscientos cincuenta kilómetros por hora en la México-Querétaro. Hice de Polanco al Country-Club de Querétaro una hora ocho minutos. Regresé a México y vendí la moto, porque dices ¡no, me voy a matar! ¡Me voy a matar! Ya sé lo que es andar a doscientos cincuenta kilómetros por hora. Ok, experiencia, palomita, ¡siguiente! Sí, porque si sigues jugando con las probabilidades te mueres.” Nuestro querido narrador suena bastante intenso. Nos atrevimos a cuestionarlo en este sentido, pues en rededor de su fama giran satélites en forma de historias de borrachos donde el protagonista de los problemas siempre es él. “Yo de niño maldecía mi vida porque decía ¿por qué siempre estoy en problemas? Toda la vida he estado en problemas, toda la vida. Recuerdo muy pocos momentos en mi vida en los que dijera no tengo problemas. De pronto en las vacaciones había ratos en los que decía no tengo problemas. Ya al rato había roto algo y ya estaba escondiéndome, ya había hecho algo. Pero llegó un momento en que me dí cuenta que yo buscaba esos problemas, que buscaba esa forma de vida intensa y después conforme la gente se fue haciendo al mundo adulto y a mentir, a mentir en mala onda, no mentir para ser libre, no mentir defensivamente sino ofensivamente. Mentir sin necesidad, a olvidar que fuiste niño. A olvidar que eras niño y aquello era así y que te enamorabas, y que te gustaba esta niña acá, y te trataban mal acá y que no te entendían acá. La gente muy rápido olvida eso y empieza a decir es cosa de niños, ¡sí, sí, los niños! Cuando eras niño ¿acaso no sentías, no vivías, no existías, no eras persona? ¿Eres persona cuando cumples dieciocho años o lo puedes ser desde antes? Lo eres a los trece, lo eres a los cuatro, lo eres a los tres lo eres a los siete. Ahora eso ya se entiende, pero antes no se entendía, antes eras un escuincle gaguengue y te callabas la boca. Antes los maestros tenían derecho de pegarte, ¡por supuesto! Ahora eso ya no existe, pero aún así, la infancia yo creo es tan terrible que la gente crece y tiende a querer olvidarla, a querer dejarla atrás. Desde que eres adolescente dices ¡no! ¡yo ya no soy como cuando era niño! Yo ya no me creo ésto, ya no creo aquello... ¡Pero si lo bonito es creerse las cosas, no no creerse nada! El que es totalmente escéptico, ¡qué sujeto tan aburrido! ¡Qué sujeto tan desencantado! Yo prefiero estar con gente que se cree las cosas. Yo sí me la quiero creer, ¡por favor!”
Siendo esta la naturaleza de su espíritu, no puede evitar contarnos que sus amistades van huyendo de él al paso de los años, pues mientras jóvenes, disfrutan muchísimo su compañía, pero al venir tiempos donde convencionalmente está uno obligado a portarse con mayor compostura, deciden tomar caminos menos riesgosos. “La gente cumple treinta años y haz de cuenta que dicen ¡nos convertimos todos en idiotas! Y de ahí para adelante, ¿no? Yo no creo que eso sea necesario, yo no creo que sea necesario dejar de leer, dejar de pensar, dejar de darle vueltas.” Está firmemente convencido de conservar la lucidez de seguir disfrutando de esta vida a costa de todo. Si sus amigos le dejan, él no se inmuta, pues sabe que así pasa, pero no puede lamentarse, pues necesita sentir la adrenalina para saberse vivo. “No me gusta olvidar que estoy vivo, no me gusta. Sigo siendo terriblemente irresponsable, me junto con amigos más jóvenes que yo, que llega un momento en que maduran y ya me dejan a un lado porque ya, soy muy escuincle para ellos. Siempre me pasa así, siempre me rebasan, no sé si esté bien o esté mal. Así soy. Y bueno, lo que me ha salvado de la vida es que me gusta escribir cosas, que me gusta esto y me gusta más que ninguna otra cosa. Más adrenalina que eso, nomás ésto, nomás escribir. Ninguna otra cosa tiene tanta adrenalina.”
Antes, cuando clasificó los excesos como tarea y obligación de ejercicio profesional, se dió a la tarea de vivir cuanta experiencia narrable atravesara su camino. Preguntándole sobre la relación entre una vida problemática, la adicción a la adrenalina, y el viaje de su novela “Este que ves”, nos da cuenta de lo siguiente: “Sí, por supuesto. Por supuesto. Es el viaje de 'Este que ves'. Los problemas. De hecho son dos libros. El poema de Sor Juana dice 'Este que ves, engaño corrido...'. La segunda parte es 'Engaño colorido'. La foto que tú ves en 'Este que ves' en sepia, que supuestamente es la mía y que es la de un niño con un afgano, es la portada del siguiente. Es el otro cuadro. Hay dos óleos que me hicieron, entonces quiero contar la historia del segundo, y la historia del segundo es espeluznante. Porque mira, la esencia sí fue espeluznante. O sea, sí es muy fuerte, muy duro, porque aparte hubo muchas cosas muy densas. Mi papá se peleó con los dueños del banco, fue a dar al bote durante un año y pico. Entonces es toda una historia y la quiero contar. Está como en dos partes, pero falta que me atreva a contarla. No está nada fácil. Aparte, familia... ¡es un rollo! Pero la tengo que contar. Pero creo que, por ahí de la adolescencia llegué a pensar, cuando pasó eso, llegué a pensar ¿bueno, por qué a mí me pasan tantas fregaderas? Pues porque soy la persona adecuada para que le pasen porque yo soy el que las cuenta. Mi trabajo va a ser contarlas, por eso me pasan a mí. No es casual. Me pasan porque tengo que contarlas. Eso me dió una gran coartada, ¿sabes? Porque a partir de ese momento, si los demás estaban embriagándose o drogándose, no, yo estaba aprendiendo. Sí, sí, sí. Para mí era un deber, o sea, los demás serían unos viciosos, yo no. Yo eran cosas que tenía que hacer, o sea, tenía que aprender. Yo no soy como Clinton que dice fíjate que yo cogí el cigarro pero no aspiré. ¡No hombre! Yo me lo acabé de una fumada, ¿para qué te voy a decir que no? Pues ésa era la chamba, había que ver cómo era el mundo.”
El resto de la entrevista me lo reservo. Conservaré en la biblioteca musical de mi computadora un archivo que ustedes lectores jamás han de escuchar. ¡Claro que me comporto egoísta! ¡Hay que hacer honor al mandato casi religioso de Xavier Velasco donde él dicta que para hablar sobre cualquier cosa, se necesita haber sobrevivido! Establecido lo anterior, si es de interés popular enterarse un poco más sobre la vida de nuestro problemático y controvertido amigo, los invito a que compren su literatura, la consuman como quieran, y cuando tengan dudas, vayan a su casa a tocar la puerta. Si los recibe, lo hará cálidamente, con un fuerte estrechón de manos, probablemente desvelado, en un jersey rojo con la imagen de Don Gato, y muchas cosas qué contarles. Recomendación: no vayan en domingo.
Erik S.G.P.
- Entrevista para la Revista E-fecto Espacio, Marzo de 2009.
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