miércoles, junio 17, 2009

Estragos

Sentada sobre su maleta esperaba a los pies de la puerta de un departamento en algún lugar de París. Lo esperaba con ansiedad, durante muchas horas. Estaba llena de culpa pues el rompimiento había sido gravemente siniestro. suponía que en su corazón no habría más lugar para ella después de haber sido descubierta en flagrante contienda amorosa con un tercero. Por ende, estaba dispuesta a aceptar cualquier condición que aquel deseara con tal de permanecer cercana a su abrazo. Por fin llegó. La encontró con la cara hinchada de lágrimas, verde de angustia. Se limitó, de la manera más restringida en que su odio pudo permitírselo, a solicitarle desplazamiento oportuno para ingresar a su inmueble, donde por cierto, ella no era bien recibida hasta ese momento. Con llave en mano, y con ella prendada de su pantalón a la altura de las rodillas, sintió algo remotamente similar a la misericordia, y desistió un instante en su orgullo para condicionarla diciéndole que a partir de ese momento, la relación no sería exclusiva y él también podría permitirse extravagancias fuera del orden romántico y nuclear posterior a ese nuevo instante de establecida y regenerada relación amorosa. Un año después, estaban de vuelta en la Ciudad de México.

Comenzaron rentando una habitación de tres piezas y un sanitario con regadera. La iluminación era pobre, las ventanas daban al norte y escaso ángulo permitía a media tarde algún furtivo rayo solar sobre un sillón en la sala. Él pasaba las tardes enteras fumando la pipa hasta acabarse el tabaco y el café, mientras ella dedicaba su tiempo a escribir y leer. Dado el exceso de nicotina y cafeína en las venas, dedicaba sus noches a planear encuentros extramaritales mientras ella dormía. Al día siguiente, desvelado, le preparaba algo de comer, la dejaba sola la mañana entera y salía a dormir con quien hubiese logrado concertar entrevista al desnudo. Regresaba de nuevo a media tarde para fumar, beber su negro líquido predilecto para esperar las horas de planeación y conquista. Ella lo sabía perfecto, y para no sufrir de abandono nuevamente, lo dejaba tranquilo y le pagaba las cuentas sin hacer reclamo alguno de su obvia holgazanería, prueba irrefutable de haberse convertido en víctima de un castigo autoimpuesto por dependencia a aquel a quien amaba con pasión abnegada.

Sin embargo, no hay quien soporte en esta vida abusos sin obtener a cambio una mísera caricia durante más de dos años, tiempo suficiente para llevar a cualquiera a desbordados arranques de locura temporal disfrazados de rabia y enojo. Siendo así, la incontenible celotipia resguardada desde aquel día en un pasillo entre un departamento en París y el abandono absoluto, estalló sin precaución una buena mañana de noviembre, día propicio para despertar en los brazos del amado, pero totalmente fuera de contexto si se despierta con una llamada telefónica donde una voz dulcemente femenina amenaza en súplicas por robar el corazón de aquel que yace profundamente dormido a su lado. Insoportablemente harto, abandonó de nuevo el hogar, entre gritos y negaciones de ambas partes, ninguno supo días después quién había proferido tales o cuáles insultos e improperios. Simplemente arrojó en una pequeña maleta roja cuanto encontró y con la misión de jamás dejar a nadie pasar por encima de su voluntad ni su orgullo, dejó para siempre a la chica del asiento-maleta afuera del departamento en París. Mejores tiempos de soledad vendrían a cuestas con esta huída a la libertad.

* * *

Alguna vez escuchó que el olvido viene envuelto en una botella llena de alcohol. Se dió a la tarea de embriagarse hasta el hartazgo para no permitirle a su memoria ninguna reminiscencia con el rostro de ella. Hundido profundamente, y cada día con mayor negritud, navegaba tambaleante de cantina en cantina por las calles de Donceles, Motolinia, 5 de Mayo, Gante, Tacuba, Pino Suárez, hasta llegar a la Alameda y escoger la banca de metálico verde más confortable y libre que pudiese hallar. Con el tiempo el menor de los problemas eran las autoridades azules, pues bien valía subir a una patrulla y acabar en los separos para robar a otros beodos el poco sustento arrastrado hasta presidio, agradeciendo así el temporal encierro de cada semana, pues ahí encontraba un poco de satisfacción al hambre, un mal ahora tan recurrente y fiel a su alcoholizado andar.

Ella seguía buscándolo entre amistades comunes, antiguos compañeros de trabajo y de parranda, familiares abnegados como ella y rencorosos como él, pero no daba con pista alguna, nadie sabía de su paradero. No sospechaban ni por un momento, pues no consideraban esa posibilidad como tal, del siniestro y permanente lamento etílico en donde se hallaba ahora sumergido. Imaginarlo como estaba en realidad era imposible para cuanto lo hubiese conocido en cualquier momento de su vida pasada. Ella insistía en buscarle, y a quienes ya había contactado siempre con las mismas preguntas, volvía con nuevas, no fuera a ser que de pronto el otro hubiese hecho una mágica aparición para darle un poco de esperanza al corazón y devolverlo a su pérfida y nostálgica cama. Pero buscaba mal, y por ese error fatal, valga el pleonasmo, no lo encontraba.

Entienda el lector que una vez habiendo visto las mejores cualidades de una persona, y al mismo tiempo las peores, siendo que estas últimas no agravasen ni deterioraran en uno las primeras, es imposible pensar en desconocer a fuerza de encuentro furtivo al ser amado. Pero en este exclusivo caso, ella lo pasó por alto un día en las calles que aquel tanto frecuentara. Ni por un instante pasó por su mente intentar reconocer a su antiguo amante en el descuidado y barbudo guiñapo balbuceante recostado en la esquina de Regina y 20 de Noviembre, abrazado a un recipiente con aguamiel. Le arrojó dos pesos y continuó con su camino, esperando encontrarlo en el Zócalo mirando a la bandera...

Erik S.G.P.
-17-VI-'09-

4 comentarios:

Eduardo dijo...

Me agrada, mas no me deja de llamar la atención ese constante impulso de azotar la cabeza en el piso deliberadamente una y otra vez.

Anónimo dijo...

Lindo, lindo. Bonito pero sufridor

Unknown dijo...

me resulta a la levedad del ser, sin embargo la autotortura me resulta deliciosa.

Anónimo dijo...

Me encantó, sobre todo el final. Es tan... real. Hasta parece que los reconozco en ciertas miradas...

Si me buscas me encuentras...