Ese día comencé a acariciarla lentamente,
paseando la punta de mis dedos en círculos amplios
que andaban traviesos e inquietos
sobre la piel morena de sus pechos.
Mi corazón palpitaba agitadamente
con un sentimiento cálido y profundo
que se aceleraba cada vez que en su pecho
escuchaba un latido robusto y creciente.
Puse mis labios sobre los suyos,
con paciencia y la boca entreabierta
aspiré su aliento y un silencioso gemido
colocando al tiempo mi mano en su vientre.
Poco a poco el calor fue subiendo,
su piel se erizaba sobre sus muslos eternos,
y entonces mis dedos se enredaron en su vello
para que Venus conociera la cadencia de mi pulso.
Después de pintar círculos rítmicos y delicados
en el centro climático de su bellísimo sexo
le pedí que posara su cuerpo sobre mi cara
para declamarle poesía húmeda a las entrañas.
Tras una eternidad de diálogo con nuestros sexos,
se sentó sobre mí para iniciar con el baile
y entre abrazos y gestos, caricias y besos
alcanzamos la cúspide fundiendo cuerpos y almas.
Cuando disminuyó el ritmo cardiaco en ambos,
y la conciencia volvió a recobrar fuerzas
nos separamos provocando un sonido
como el de una botella que expulsa un corcho al vacío...
Erik S.G.P.
-21-II-'12-
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