El chirriar de los neumáticos lo obligó a voltear y a sentir el golpe de adrenalina recorrer cada una de sus venas. Antes de hacer contacto con el parachoques del automóvil pudo clavar por un segundo su mirada en los ojos asustados del conductor y en un instante su alma atravesó mediante las pupilas de su próximo verdugo hacia un túnel profundo y lleno de luces que giraban en torno a él.
De pronto estaba de pié en un larguísimo pasillo lleno de marcos colgados en ambas paredes. El techo estaba a muchos metros de distancia de su cabeza y el interminable corredor se sobrecogía como si estuviera vivo de un absoluto silencio que llenaba el ambiente con un peso más denso que la magnitud entera del Universo conocido.
Una fuerza tan grande como ese silencio lo empujó hacia el marco más cercano, en contra de toda su voluntad. su mirada ahora estaba postrada sobre una pintura que se movía y respiraba como si tuviese alma propia. Las imágenes retrataban un episodio de su infancia, el primer recuerdo que su mente alcanzaba a evocar. Durante muchos años había tratado de reconstruir aquel día pero una vaga noción de cómo había comenzado y terminado era lo que quedaba en su memoria.
Sin embargo, ahora miraba con detalle cada segundo de aquel primer recuerdo. Lo único que faltaba a la escena eran el principio y el final. Antes de que pudiese terminar de ver el desenlace la misma fuerza que lo arrojó al marco con su primer recuerdo lo arrancó de su sitio y obligó a sus pies a llevarlo arrastrando a la pared opuesta para mirar otro marco con el siguiente instante de su vida, al cual también le hacían falta el comienzo y el final.
La fuerza imponente comenzó así a arrastrarlo de pared en pared, de cuadro a cuadro con una brutalidad y violencia tan abrumadoreas que le provocaron un deseo incontenible de gritar basta. Pero sus pasos, su voz y su voluntad ya no eran suyas, eran de esa fuerza y ese impulso por ir de cuadro en cuadro recorriendo su vida sin alcanzar a ver los puntos intermedios entre cada experiencia sin principios ni finales, sólo el transcurrir de cada vivencia, con cada emoción, sensación, palabra y pensamiento.
De pronto se encontró de pié frente al último marco, que lo mostraba a él corriendo sobre una avenida, volteando sorprendido a mirar el automóvil que iba a quitarle la vida y en el punto máximo de angustia, antes de llegar a ese último instante de fatídico crescendo sensitivo, el marco comenzó irradiar con la intensidad y fuerza de una Super Nova, encegueciéndolo al grado de comenzar a fundirlo en cuerpo y alma con la luz, evaporándose y mezclándose así con el transcurrir de una vida entre el todo y el absoluto de la nada...
Fragmento tomado de Diálogos con la Bestia, de Erik S.G.P.
-26-VI-'11-
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