Ahí yacías, en mi lecho inmundo,
respirando suavemente,
al compás de tus sueños más profundos.
Descansabas en mi ausencia, desnuda,
completamente vulnerable,
expuesta a mis caricias infranqueables.
Procuraba no hacer ruido al desvestirme
para acomodarme lentamente
entre tus desnudos y delicados brazos.
Mi aliento descansaba en tu nuca y tu piel,
estremeciéndose de frío,
contemplaba la irreverencia de mi sexo.
Mis manos solían recorrerte eternidades,
hasta que despertaras un poco,
o hasta caer presa del sueño divino a tu lado.
Ahora llego de madrugada al mismo lecho,
está vacío de ti, lleno de olvido,
por más ropajes que ponga, está muerto, frío...
Erik S.G.P.
-7-III-'12-
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