martes, junio 18, 2013

Un andar sin recuerdos...

El hombre caminaba arrastrando los pies y encogiendo los hombros desde hacía muchos años pues su pasado le pesaba como si aglomerara en sus recuerdos todaslas historias dolorosas de la humanidad.

Dando tumbos y tropiezos, incapaz de derramar una sola lágrima más, seco y vacío, alejó su tortuoso camino del mundo y los demás hombres.

Recordaba con pena anécdotas viejas, perdidas en una memoria que cada día se hacía más areniza, empolvada y difícil de distinguir. Debía hacer muchos esfuerzos para evocar un aroma, una mirada o el eco de una risa. Sabía aún que había vivido momentos muy felices en su vida pero su espíritu erosionado estaba olvidándolos todos, uno por uno, con cada paso que daba.

Entre nubes y cristales opacos podía apenas evocar alguna vez que siendo niño disfrutó de la compañía y el cariño de su familia, pero ya no recordaba el nombre de sus padres ni hermanos. Podía ver los rostros de sus compañeros de juegos en la infancia, pero no alcanzaba a distinguir uno de otro y si pretendía reproducir en sus oídos el recuerdo de los gritos, las risas y las voces, un vago eco apagado muy lejano era lo único que retumbaba en su alma, dejándolo vacío y estéril como el desierto nuevamente.

Su memoria no funcionaba mal ni estaba muriendo, al contrario de como podría pensarse, pues los recuerdos amargos venían cada vez más vívidos y espeluznantes a recorrer las viejas venas del hombre. No recordaba el rostro ni el nombre de su madre, tampoco su olor ni su risa, pero sí recordaba con claridad el intenso dolor que le había provocado todas y cada una de las veces que lo vió actuando mal. No recordaba el nombre ni las sabias palabras que alguna vez pronunciara su padre para aconsejarle y guiarle por los senderos del bienestar y la rectitud en la vida, pero sí podía revivir el escalofrío que sentía en la piel todas las veces que retó o injurió a su progenitor.

También recordaba los lamentos, aulidos y sollozos de aquellas mujeres que le amaron, cuidaron y algún día compartieron su lecho; sentía rodar las lágrimas de todas ellas en sus secas mejillas de hombre incapaz de querer. Sentía en su viejo y helado pecho una vez más el vacío que dejaban al día siguiente las juergas y desperdicios de noches por las que transitó sin mirar a la Luna y maldiciendo al naciente Sol.

Y así recordando el dolor de su vida, magnificando con cada paso el sufrimiento de tantos malos momentos, cruzó su camino con una voz lejana que lo invitó a dejar caer esa gran y pesada carga de memorias siniestras que lentamente lo estaban matando. El hombre no supo qué contestar pues el miedo, el dolor y el cansancio había hecho ya fusión en sus huesos y entrañas, apresándolo iremediablemente en contra de su voluntad.

La dueña de la voz alcanzó a percatarse del peso y las cadenas internas que apresaban e hincaban al hombre, así que acercó un poco más su susurro al oído del viejo y puso su cálida palma en el pecho vacío. De pronto, una sensación lejanamente familiar, extrañamente conocida, por la cual sintió una inmediata nostalgia, que le provocó una gran ansiedad de entrega, empezó suavemente a germinar en rincón más recóndito y profundo del corazón de este hombre, que aún abrumado por el peso y dolor de su propio pasado, lentamente retiró la mano de la dueña del susurro y siguió su camino sin saber que todavía había una esperanza de tirar su carga y empezar una vez más toda la historia de nuevo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Soy un amante paseador de blogs para esculcar la mente de sus autores, me los he encontrado de todos los colores, buenos y no tan mejores, pero tu fraces me inspiran a escribir y no a hurtar pensamientos ajenos, pero seguire deambulando entre letras mientras muchos escriban como tu, Gracias,

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