El
hombre caminaba arrastrando los pies y encogiendo los hombros desde
hacía muchos años pues su pasado le pesaba como si aglomerara en sus
recuerdos todaslas historias dolorosas de la humanidad.
Dando tumbos y tropiezos, incapaz de derramar una sola lágrima más, seco
y vacío, alejó su tortuoso camino del mundo y los demás hombres.
Recordaba con pena anécdotas viejas, perdidas en una memoria que cada
día se hacía más areniza, empolvada y difícil de distinguir. Debía hacer
muchos esfuerzos para evocar un aroma, una mirada o el eco de una risa.
Sabía aún que había vivido momentos muy felices
en su vida pero su espíritu erosionado estaba olvidándolos todos, uno
por uno, con cada paso que daba.
Entre nubes y cristales opacos podía apenas evocar alguna vez que siendo
niño disfrutó de la compañía y el cariño de su familia, pero ya no
recordaba el nombre de sus padres ni hermanos. Podía ver los rostros de
sus compañeros de juegos en la infancia, pero
no alcanzaba a distinguir uno de otro y si pretendía reproducir en sus
oídos el recuerdo de los gritos, las risas y las voces, un vago eco
apagado muy lejano era lo único que retumbaba en su alma, dejándolo
vacío y estéril como el desierto nuevamente.
Su memoria no funcionaba mal ni estaba muriendo, al contrario de como
podría pensarse, pues los recuerdos amargos venían cada vez más vívidos y
espeluznantes a recorrer las viejas venas del hombre. No recordaba el
rostro ni el nombre de su madre, tampoco su
olor ni su risa, pero sí recordaba con claridad el intenso dolor que le
había provocado todas y cada una de las veces que lo vió actuando mal.
No recordaba el nombre ni las sabias palabras que alguna vez pronunciara
su padre para aconsejarle y guiarle por los
senderos del bienestar y la rectitud en la vida, pero sí podía revivir
el escalofrío que sentía en la piel todas las veces que retó o injurió a
su progenitor.
También recordaba los lamentos, aulidos y sollozos de aquellas mujeres
que le amaron, cuidaron y algún día compartieron su lecho; sentía rodar
las lágrimas de todas ellas en sus secas mejillas de hombre incapaz de
querer. Sentía en su viejo y helado pecho una
vez más el vacío que dejaban al día siguiente las juergas y desperdicios
de noches por las que transitó sin mirar a la Luna y maldiciendo al
naciente Sol.
Y así recordando el dolor de su vida, magnificando con cada paso el
sufrimiento de tantos malos momentos, cruzó su camino con una voz lejana
que lo invitó a dejar caer esa gran y pesada carga de memorias
siniestras que lentamente lo estaban matando. El hombre
no supo qué contestar pues el miedo, el dolor y el cansancio había hecho
ya fusión en sus huesos y entrañas, apresándolo iremediablemente en
contra de su voluntad.
La dueña de la voz alcanzó a percatarse del peso y las cadenas internas
que apresaban e hincaban al hombre, así que acercó un poco más su
susurro al oído del viejo y puso su cálida palma en el pecho vacío. De
pronto, una sensación lejanamente familiar, extrañamente
conocida, por la cual sintió una inmediata nostalgia, que le provocó una
gran ansiedad de entrega, empezó suavemente a germinar en rincón más
recóndito y profundo del corazón de este hombre, que aún abrumado por el
peso y dolor de su propio pasado, lentamente
retiró la mano de la dueña del susurro y siguió su camino sin saber que
todavía había una esperanza de tirar su carga y empezar una vez más toda
la historia de nuevo...
1 comentario:
Soy un amante paseador de blogs para esculcar la mente de sus autores, me los he encontrado de todos los colores, buenos y no tan mejores, pero tu fraces me inspiran a escribir y no a hurtar pensamientos ajenos, pero seguire deambulando entre letras mientras muchos escriban como tu, Gracias,
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