Me quita el sueño y no me deja respirar por las noches. Es etérea, fugaz, radiante, intensa, sexual y mortal. Es la musa que no he podido tocar, la que me inspira el alma primitiva y despierta al animal que vive en los recónditos y más profundos confines de mi mente. En mis fantasías la penetro suavemente mientras respira agitada mirándome a los ojos con ese deseo que sólo puede pertenecerle a ella, diciéndome así que el penetrado soy yo, que me ha atrapado para nunca más dejarme ir. Le pertenezco entonces, irrefutablemente. Me convierte en su objeto y me devora el alma con una carcajada, con un suspiro, con una caricia de su talón sobre mi espalda baja. Me araña la espalda mientras susurra que la maldad está en hacer caso omiso de nuestros más bajos e íntimos deseos, y que la verdadera infidelidad se sumerge con cada pensamiento erótico que no le es dedicado, pues ella es mi musa. Soy su esclavo, su herramienta para expresarse plenamente a través de mí y de mi carne. Por los poros emerge su nombre y canta su alma, porque me ha convertido en su sello postal, en su firma y epígrafe. Mis pensamientos dejaron de pertenecerme porque sólo tratan un tema: aquélla musa manifiesta como arte corpóreo y visceral emanado de cada paso que doy. No quiere abandonar mis sueños, se rehúsa a devolverme la cordura de ser dueño de mí mismo otra vez, si no es que ya le pertenecía a ella mucho antes de nacer. El nudo en el estómago casi lo confirma, y el pulso acelerado que revienta unos labios reticentes y tímidos a su calor, vírgenes de su saliva, dicen en un alarido apagado que no habré nacido hasta no entregarme en carne y espíritu a aquella musa dueña de mis sueños. Y la odio por eso.
lunes, julio 17, 2006
Tengo una musa
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Si me buscas me encuentras...

No hay comentarios.:
Publicar un comentario