Enriqueta era una mosca que quería trabajar de abeja en un panal, así que un buen día dejó el sucio bote de basura en el que vivía y salió a buscar un panal donde quisieran contratarla. Estuvo todo un largo día recorriendo la ciudad sin encontrar ni gota de miel que le indicara el camino, así que mejor se fue al campo a probar suerte. Mientras tanto, Enriqueta volaba entusiasmada pensando en la excelente abeja trabajadora que sería de ahora en adelante. De camino por el campo, avistó a lo lejos un girasol donde comía una lenta oruga, y como su trayecto había sido bastante largo, Enriqueta pensó que platicar y descansar un poco no estaría nada mal. La oruga Catalina le saludó cordialmente y le aconsejó que se anduviera con cuidado pues en el campo la gente de la ciudad no era muy bien recibida si no se hablaba con la cortesía correspondiente. Enriqueta le explicó que estaba harta de la ciudad y que quería convertirse en abeja obrera porque ese era un trabajo digno y honesto. Catalina no pudo contenerse y muerta de risa le explicó que de todos los insectos, las abejas eran las más crueles y que nunca se atreverían siquiera a dirigirle la palabra a una pobre mosca como Enriqueta. Catalina le aconsejó ir cerca de los graneros y las granjas lecheras, pues los animales del campo probablemente serían muy buena fuente de alimento. Enriqueta, harta de las burlas de Catalina, continuó con su camino y voló de flor en flor, preguntando por el panal más cercano, pero todos los insectos con los que se topaba se burlaban de ella de la misma forma en que lo había hecho Catalina. Justo cuando Enriqueta comenzaba a sentir que su viaje era inútil, el espíritu se le animó de pronto con el hermoso paisaje que se dibujaba frente a ella: un gran árbol de durazno que sostenía en una de sus ramas un gran panal de abejas. Ni tarda ni perezosa, voló lo más rápido que pudo hacia la entrada del panal. Estaba feliz de llegar a su nuevo hogar y quería demostrar a sus futuras hermanas obreras lo rápido que podía volar. Sin embargo, Enriqueta no había llegado ni un poco cerca del panal cuando se le acercaron tres abejas furiosas a impedirle el camino. Enriqueta, muy alegre, pidió amablemente hablar con la reina para solicitar trabajo como obrera. Las tres abejas soltaron una carcajada al mismo tiempo y le ordenaron que se largara de inmediato pues en el enjambre no había lugar para una sucia mosca como Enriqueta. La pobre, intentó convencerlos haciendo acrobacias en el aire y explicando que sus intenciones eran buenas y que de verdad necesitaba el trabajo, pero su alboroto solamente convocó un enjambre de furiosas abejas que le mostraron a Enriqueta sus aguijones amenazantes. Ya cubiertas con más amigas suyas, las tres primeras abejas, muy serias y enojadas, golpearon a Enriqueta con sus alas un par de veces hasta que la hicieron llorar. Enriqueta se fue de ahí, llorando desconsolada por las burlas de las abejas que no la habían querido recibir simplemente porque era una mosca. Pero su tristeza duró poco tiempo, pues en el camino de regreso a la ciudad, Enriqueta fue encontrándose de nuevo con los insectos que le habían guiado el camino, y cada uno de ellos la detuvo para consolarla y animarla un poco con uno que otro consejo. Cuando llegó con la oruga Catalina, Enriqueta se olvidó por completo de su fracaso, pues Catalina le explicó que ser mosca tenía muchas más ventajas que ser una abeja, pues siendo mosca, Enriqueta era libre de ir a donde quisiera ya que no tenía que servirle a ninguna reina y podía conocer a muchos insectos más agradables que un montón de abejas hurañas que rara vez salían del panal. Enriqueta le dio la razón a Catalina y estuvo de acuerdo con ella en que era más feliz siendo mosca, así que se despidió y se echó a volar libremente por el campo para hacer nuevos amigos.
miércoles, enero 17, 2007
¡Quiero ser una abeja!
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