Dieron la noticia en cadena nacional, y el pánico hizo presa de todo aquel que habitara la ciudad. Apenas era viernes y ya ordenaban el cierre de cualquier lugar de convivencia pública y entretenimiento. Las calles empezaban a sentirse solitarias, llenas de penumbra incluso a plena luz de día. Éramos pocos quienes salíamos sin temor a recorrer las calles, como si fuese cualquier otro día. Sin embargo, no podíamos terminar de evadirnos, mucho menos quienes osamos salir sin esa máscara azul de tierna fibra colgada de las orejas. Pasear con el rostro descubierto poco a poco se fue haciendo sinónimo de sentencia de muerte firmada a placer. Para el sábado la alarma era suficiente para mantener a la gente en sus hogares, amarrados a los noticieros, esperando la siguiente catástrofe. Los pocos valientes que salían de casa, lo hacían enmascarados, vidrios cerrados y sin extender saludos de mano. La fiebre ya era otra.
En los abarrotes y departamentos de autoservicio los productos porcinos empezaron a perder valor pues nadie pensaba ni por error en consumirlos. Las cajas rápidas se hicieron excesivamente veloces y apenas había diálogos entre personas desconocidas. Si ya era difícil en esa gran ciudad cosmopolita intercambiar cortesías para hablar del clima, ahora era imposible.
Empezaron a sucederse alucinaciones colectivas de porcinos voladores, con dientes afilados y mucosidades delirantes emanando de sus infectadas fauces. Los hipocondríacos desaparecieron de la vida pública, temiéndole incluso al espejo, no fuese a pasar que el reflejo los contagiara.
Debido a la poca información, el exceso de medidas precautorias y la sobrecarga mediática de notas sobre el mismo tema, la fiebre de pánico silencioso comenzó a cobrar más fuerza minuto a minuto. Para el día martes las alertas y medidas ya habían alcanzado la 'Fase 4'. El miércoles no se podía andar por la calle con el rostro descubierto pues automáticamente se convertía uno en foco de infección de alto riesgo.
Por las avenidas, fuera de horario de oficina, sólo circulaban patrullas y ambulancias. Inlcuso el cuerpo de bomberos redujo sus actividades, pues a la falta de orgías, reuniones, aglomeraciones, protestas y apertura de negocios, los incendios también comenzaron a escasear.
Por la noche del mismo miércoles, la ciudad ya estaba en 'Fase 5'. Pandemia que le dicen. Los hospitales retacados y la gente temblando a la vista de su propia sombra. Hoy es día del niño, y la ciudad está vacía de infancia, viven en una burbuja rosa desinfectada llamada 'recámara', con máscara, anteojos herméticos, látex hasta las uñas y los dientes, dentro de una paranoia colectiva que ha puesto al mundo entero a la expectativa del día cuando el aire recobre espíritus de sanidad...
Erik S.G.P.
-30-IV-'09-
En los abarrotes y departamentos de autoservicio los productos porcinos empezaron a perder valor pues nadie pensaba ni por error en consumirlos. Las cajas rápidas se hicieron excesivamente veloces y apenas había diálogos entre personas desconocidas. Si ya era difícil en esa gran ciudad cosmopolita intercambiar cortesías para hablar del clima, ahora era imposible.
Empezaron a sucederse alucinaciones colectivas de porcinos voladores, con dientes afilados y mucosidades delirantes emanando de sus infectadas fauces. Los hipocondríacos desaparecieron de la vida pública, temiéndole incluso al espejo, no fuese a pasar que el reflejo los contagiara.
Debido a la poca información, el exceso de medidas precautorias y la sobrecarga mediática de notas sobre el mismo tema, la fiebre de pánico silencioso comenzó a cobrar más fuerza minuto a minuto. Para el día martes las alertas y medidas ya habían alcanzado la 'Fase 4'. El miércoles no se podía andar por la calle con el rostro descubierto pues automáticamente se convertía uno en foco de infección de alto riesgo.
Por las avenidas, fuera de horario de oficina, sólo circulaban patrullas y ambulancias. Inlcuso el cuerpo de bomberos redujo sus actividades, pues a la falta de orgías, reuniones, aglomeraciones, protestas y apertura de negocios, los incendios también comenzaron a escasear.
Por la noche del mismo miércoles, la ciudad ya estaba en 'Fase 5'. Pandemia que le dicen. Los hospitales retacados y la gente temblando a la vista de su propia sombra. Hoy es día del niño, y la ciudad está vacía de infancia, viven en una burbuja rosa desinfectada llamada 'recámara', con máscara, anteojos herméticos, látex hasta las uñas y los dientes, dentro de una paranoia colectiva que ha puesto al mundo entero a la expectativa del día cuando el aire recobre espíritus de sanidad...
Erik S.G.P.
-30-IV-'09-
1 comentario:
eso de "alucinaciones colectivas de porcinos voladores, con dientes afilados y mucosidades delirantes emanando de sus infectadas fauces...." esta genial.
Pues si...paranoia,miedo y demás...
Publicar un comentario